Cuando mi esposo, el líder opositor venezolano y prisionero de conciencia Leopoldo López, me propuso matrimonio en 2006, me dijo que casarse con él significaba casarse con Venezuela. No tenía mucha afinidad política pero me conmovieron tanto el idealismo y el amor que Leopoldo siente por el país que le dije que sí.
En ese momento, Leopoldo era alcalde del municipio Chacao, en Caracas. En 2009, un año después de que el gobierno lo inhabilitara de postularse a cargos públicos, se volvió un organizador comunitario y fundó el partido Voluntad Popular. Por ese entonces ya era la madre de dos hijos y estaba encargada de una fundación.
Hemos sido testigos de la rápida erosión de la democracia venezolana bajo el régimen del presidente Nicolás Maduro. La escasez de alimentos y el aumento de la violencia. Pero creímos que con mantener la fe y la fuerza de nuestra protesta podríamos sobrellevar la crisis y vivir en una Venezuela libre.
Entendimos el vínculo inquebrantable entre los derechos humanos y la democracia. Una autocracia no se desarrolla de la noche a la mañana; es una transición lenta. Un régimen que viola los derechos de su pueblo para reforzar su propio poder y su avaricia no puede considerarse legítimo. Y sin un compromiso honesto con los derechos humanos, morirá la democracia en Venezuela.
La vida como la conocíamos terminó el 18 de febrero del 2014, cuando Leopoldo fue encarcelado y aprendí lo que significa casarse con Venezuela. Él trabajaba con estudiantes y otros líderes opositores para organizar protestas pacíficas. En respuesta, el régimen lo calificó como un terrorista y lo acusó de incitar a la violencia. En vez de huir del país, Leopoldo se entregó. Sabía que no tenía nada que esconder y quería desenmascarar al régimen como la dictadura que es.
Con Leopoldo en prisión, su pelea quedó en mis manos. Al principio, nadie de la región quería reunirse conmigo. El régimen parecía haber convencido al mundo de que Leopoldo era un radical. Unos pocos funcionarios valientes pidieron reunirse conmigo pero a escondidas, en cafeterías y vestíbulos de hoteles.
No me rendí, ni siquiera cuando un líder opositor fue asesinado a unos metros de mí en una tarima durante un mitin en noviembre de 2015. Poco a poco el mundo despertó y ha visto nuestra lucha. Este verano, doce miembros de la Organización de los Estados Americanos se reunieron en Lima, Perú, para discutir la crisis. En una declaración conjunta, el bloque condenó el “la ruptura del orden democrático” en Venezuela. Es testimonio del camino que hemos recorrido.
Nuestros vecinos por fin parecen entender que deben tomar acción. Los signatarios de la Carta Democrática Interamericana de la OEA juraron resguardar los derechos humanos y proteger la democracia en la región. No hacerlo tendrá repercusiones globales y envalentonará a otros Estados autoritarios a aferrarse al poder.
Muchas cosas han cambiado en los últimos tres años y medio. Leopoldo está en arresto domiciliario, yo tengo cinco meses de embarazo de nuestro tercer hijo y los funcionarios de todo el mundo nos han dado la bienvenida. Pero Venezuela todavía está encaminada hacia una catástrofe y, como nunca antes, el gobierno me ha convertido en uno de sus blancos. El 1 de septiembre recibí un citatorio para comparecer en un tribunal sin que se especificaran los cargos. Al día siguiente me enteré de que tengo prohibido salir del país. El régimen cree que al quitarme mi pasaporte le pondrán fin a mi activismo por los derechos humanos.
El régimen de Maduro se burla de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas. No tenemos libertad de expresión: más de 600 personas han sido arrestadas por protestar contra el gobierno. La impunidad de los crímenes en las calles, con la represión del régimen, significa que ni siquiera tenemos la garantía a la vida.
Venezuela también sufre una crisis humanitaria. Vivimos una escasez tan aguda de alimentos y medicinas que se nos niega el derecho a un estándar de vida saludable. En una encuesta del año pasado realizada por tres universidades venezolanas, tres cuartos de los sondeados dijeron que habían perdido peso por la escasez de comida: alrededor de nueve kilos. Las tasas de mortandad materna e infantil se han disparado.
El régimen también reprime nuestros derechos políticos. En su mayoría, las protestas han sido pacíficas pero las fuerzas armadas disparan, a corta distancia, gases lacrimógenos y perdigones contra las multitudes. El saldo de muertos por las manifestaciones es mayor a 120 personas.
Incluso el derecho al voto está bajo amenaza. La más reciente indignación se debe a que el presidente eliminó a la Asamblea Nacional democráticamente electa al establecer una alternativa ilegal cuya meta es reescribir la Constitución y que asumió formalmente las funciones legislativas en agosto.
La crisis venezolana no se quedará dentro de nuestras fronteras. El desplazamiento interno está en sus máximos niveles conforme el régimen rehúsa permitir el acceso de ayuda humanitaria al país. Durante el último año decenas de miles de venezolanos huyeron del país. Y en el año fiscal de 2016, más venezolanos solicitaron asilo en Estados Unidos que personas de cualquier otra nacionalidad. Para reducir esta migración forzada, la comunidad internacional debe demandar que Maduro permita el establecimiento de un programa humanitario encabezado por las Naciones Unidas.
La solución a largo plazo de nuestras penas es claro: necesitamos la restauración completa de la democracia. Eso incluye liberar a todos los prisioneros políticos, respetar a la Asamblea Nacional que fue elegida democráticamente y unas elecciones generales administradas por una nueva comisión electoral independiente. La comunidad internacional puede ayudar al rechazar cualquier diálogo que le otorgue tiempo al régimen de Maduro.
Pese al sufrimiento de Venezuela, la emoción que más asocio con nuestro pueblo es la esperanza. Creemos que rescataremos nuestra democracia, con el apoyo de la comunidad internacional. Sabemos que nuestro futuro está en sus manos. Más allá de denunciar los crímenes del régimen actual, nos estamos preparando para una transición democrática.
Y no nos van a detener.
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